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La distancia que separa la fe cristiana y a las ideologías políticas es amplia. La fe se desarrolla en el ámbito de las motivaciones más profundas de nuestro ser, de nuestras ideas y comportamientos; y la ideología política bebe más del análisis de la realidad y de las medidas racionales que se pueden plantear para impulsar el desarrollo social. Por eso los partidos políticos, hablando de justicia y libertad, tienen propuestas ideológicas diversas. Por eso entre personas de una misma fe pueden darse posturas ideológicas distintas e incluso contrarias. Yo pensaba que en la Iglesia española, después de la confusión entre el catolicismo y régimen franquista, por la derecha, y después de las decepciones en la postransición con los partidos de izquierda, estábamos vacunados contra la ideologización de la fe. Pero las homilías de algunos sacerdotes y el manifiesto firmado por varios cientos de compañeros de Cataluña han desmentido mi ingenuidad.
El mandamiento principal de la ley de Dios, como sabemos, es amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. El amor a Dios es la raíz de toda crítica cristiana a la absolutización del poder mundano, tentación de todo gobernante. El amor al prójimo nos llama a concretar en las diversas situaciones sociales el valor de la justicia; el creyente para vivir su fe ha de procurar tener un análisis de la realidad certero, que descubra auténticamente las causas de los problemas que afectan a las personas y que señale caminos de solución. Este análisis no está contenido en la Revelación, y por ello, como decía Benedicto XVI los creyentes estamos hombro con hombro con el resto de las personas en el afán de construir una sociedad más justa. En la propuesta de soluciones generales ante los problemas sociales los creyentes hemos de ser conscientes de que nuestras propuestas son tan limitadas como la de las otras personas de buena voluntad. La ideologización de la fe consiste en el olvido de esa distancia entre la fe y la política que marca la diversidad de análisis de la realidad que podamos hacer. Algunos compañeros de Cataluña, me parece, han perdido esta perspectiva.
Un cristiano puede ser monárquico o republicano, independentista o no, la fe no define esas disyuntivas políticas. Las razones para una postura o para otra siempre serán de conveniencia social, o de racionalidad histórica o legal. Eso lo saben los compañeros catalanes proclives al independentismo. Pero defienden que los ciudadanos de Cataluña, el pueblo catalán como sujeto político, tiene derecho a definir su futuro. Ante esa pretensión, otras personas de Cataluña y del resto de España tienen también el derecho a defender que son los ciudadanos de España, el pueblo español, como sujeto político, el que ha tenido y tiene históricamente ese derecho de la plena autodeterminación, y que una persona de Almería, por poner un ejemplo, tiene derecho a participar en una decisión que va a cambiar sustantivamente su propio país, y que es profundamente injusto que otros decidan qué va a ser de su país sin contar con ella. Sin temor a equivocarme, en el Evangelio no se define si es el pueblo catalán o si es el pueblo español en su conjunto el que tiene derecho a decidir su futuro político autónomamente. Remitir esa disyuntiva a la dimensión religiosa es un abuso del Evangelio y una clara manipulación política del mismo.
El Evangelio, la Revelación Cristiana, no nos exime del esfuerzo racional de argumentar política y moralmente. Yo, personalmente, creo que hay muchas razones legales, económicas e históricas para defender que Cataluña es una parte importante de España, con su cultura, su lengua y su propia idiosincrasia. Es más, por el trato que recibió Cataluña durante el periodo del desarrollismo franquista y, sobre todo, por el que recibió en el acuerdo de entrada de España en la Comunidad Económica Europea, creo que sería una gran injusticia que una de las regiones más beneficiadas y enriquecidas por las decisiones de los distintos gobiernos de España quiera ahora romper con la solidaridad interterritorial que conlleva la unidad política. Así lo creo, como ciudadano, sabiendo que mi postura es opinable, y que puede ser matizada. No reivindico para ella ningún aval sagrado, sólo razones morales, humanas. Reconozco que el dogmatismo sentimental del nacionalismo tiene el atractivo de todo maniqueísmo, pero creo que la razón humana posee mucha más fortaleza.
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