Luis Ibáñez

Torra, el chalet y el diálogo

Utopías posibles

La ciudadanía, como el alumnado o las hijas e hijos en las familias, no aprenden tanto de lo que decimos, sino de lo que somos

25 de mayo 2018 - 02:31

El primero, racista y supremacista, parece creer que el ADN catalán está hecho de un material distinto al del resto de la humanidad, a pesar de que los científicos demostraron hace mucho que las diferencias entre personas de distintas partes del mundo solo suponen el 0,1 % de nuestro genoma.

Por su parte, la parejita feliz antisistema demuestra una falta de coherencia que nada tiene que ver con el hecho de que adquieran un chalet, sino más bien con que digan una cosa y hagan la contraria. La ciudadanía, como el alumnado en las escuelas o las hijas e hijos en las familias, no aprenden tanto de lo que decimos, sino de lo que somos. Mientras tanto, los de siempre hablando de diálogo constructivo, pero sin pretensión alguna de mover un ápice sus posiciones, ni flexibilizar, modificar o adaptar las leyes a la realidad social. ¿Cómo era aquello de que las leyes deben estar al servicio de la ciudadanía y de que la democracia es, sobre todo, respetar la voluntad del pueblo?

¿Qué hacemos con todo esto en la escuela? ¿cómo se plantean temas como la igualdad, la interculturalidad, la educación para la paz, la democracia y el diálogo? ¿cómo les explicamos que no se puede decir una cosa y hacer la contraria? ¿eliminamos las clases de ética, ciudadanía y filosofía? ¿eliminamos todas las competencias clave y temas transversales orientados a la educación en valores? ¿eliminamos la celebración del día de la paz, o el día de la constitución? ¿qué haremos al hablar de Hitler? ¿diremos que fue una posición legítima y democrática, solo porque llegó al poder a través de los votos? ¿y cuando se hable de las dictaduras? ¿de las democracias modernas? ¿o de la necesidad de que seamos coherentes, y hagamos lo que decimos?

Todavía habrá quien piense que estos temas hay que dejarlos fuera, que nos debemos limitar al análisis sintáctico, la tabla de multiplicar, las fórmulas y la lista de autores y hechos históricos…

Y luego estamos los del SÍ A TODO. La escuela, sin renunciar a un solo milímetro de contenidos y "nivel académico", debe conseguir que las nuevas generaciones, además, sean competentes, sepan dialogar, construir, sean personas honestas y coherentes, no sean racistas, y sepan hacer una democracia real y participativa. La educación tal vez sea la única salvación que tenemos, y la única ocasión que muchas personas tengan para plantearse estos temas. Es mucho lo que nos jugamos.

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