Género literario

No hay motivación suficiente como salir de la zona de confort y crear una cultura de filosofía práctica, conducente a una nueva civilización ética

24 de enero 2018 - 02:33

De todas las posibles situaciones de la filosofía actual hay una que no me gusta en absoluto pero que no tengo más remedio que aceptar como certeza: la filosofía actual se ha convertido en un género literario anclado en las culturas y subculturas estéticas. Si bien es cierto que la disciplina no está desprovista de criticismo y escepticismo su deriva no escapa de una hermenéutica inconsciente que versiona la posmodernidad y que se decanta por permanecer de forma estructural en una estética académica sin ambiciones de realismo ni de idealismo. Existe un devoción por el discurso lógico y por la solemnidad libro, como símbolo de estatus. Los filósofos actuales, en su aspiración contemplativa, se confinan en el texto, en la palabra, en el párrafo y en el lector de ensayos, antes que en la necesidad de sentido. Antes de enviar un trabajo a las editoriales el contenido se medita y se analiza en términos de rentabilidad, cosificando la génesis de sentido de sus reflexiones en un objeto impreso y derivándolo al mercado librero. La filosofía se ha convertido en un género literario con sus propios recursos estilísticos y con su propia industria editorial. No obstante tal comportamiento solo conduce hacia la frivolidad. Cuando la aspiración y donación de sentido se infravalora solo puede conducir a la pseudofilosofía. Y es lamentable que los filósofos no recuerden que la filosofía tiene una amplia gama de herramientas culturales para su propósito que no solo son la docencia y el ensayo: está el diálogo, la discusión, la acción social, la provocación, la crítica, el escepticismo, la analogía, la argumentación, la difusión y etc. En realidad cualquier disciplina puede ser el laboratorio de la filosofía y desde cualquiera se puede aspirar a donar sentido y a crear personas autónomas capaces de empoderarse de su contexto gracias a la filosofía. Pero superar el umbral de la zona de confort del texto es difícil. No existe motivación suficiente para arriesgarse y crear una cultura de filosofía práctica. Aún no ha llegado el momento de reconocer que la docencia y el ensayo no son suficientes y que la filosofía necesita ser útil a la ciudadanía creando, por ejemplo, una cultura ética o política de la que carecemos. De momento solo tenemos frivolidad, el eco lejano de lo que fue esta disciplina cuando aún servía para algo y podía trasformar a la sociedad.

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